jueves, 5 de octubre de 2023

Cuento El ingenio de azúcar (Francisco E. Galindo)

 ¡Murió la madre anciana!… A sus cinco hijos, que en sus mocedades amamantara en sus pechos y educara para el trabajo, dejó pingüe patrimonio.

Numerosas suertes de caña, hornos y peroles para los caldos, casa de todo abastecida para la fabricación del azúcar, mascabado y panela, pilas para las mieles, y hermosa máquina de tres cilindros férreos, movida por enorme rueda, sobre la cual caía potente chorro de agua, desprendido de elevada acequia. He allí la herencia de la anciana.

Los cinco huérfanos, llenos de vida y de ilusiones, pero faltos de experiencia, continuaron trabajando algunos días y el ingenio rindiendo abundantes productos.

Pero vinieron los abogados y en pos de ellos el juez y el escribano. Hablaron los primeros del tuyo y el mío; y habló el segundo de la distribución de la herencia; y habló el tercero del papel sellado y de las costas.

Y los jóvenes herederos les oyeron y quisieron dividir sus haberes… pero dividirlos sin ventaja para ninguno, con igualdad absoluta…

Hubo grandes, interminables disputas. Uno quería la tierra, otro quería la caña; el tercero alegaba exclusivo derecho a la casa, el cuarto a los utensilios y el quinto a la máquina hidráulica.

Pero pensaron que la tierra y la caña y los utensilios de fabricación nada valían sin la máquina; y que aquel a quien esta tocara impondría la ley a los otros.

Los abogados entonces transigieron: dividieron la finca en cinco lotes, y los herederos se llenaron de regocijo, viéndose ya cada cual propietario.

Y en cuanto a la máquina, al mayor le tocó la rueda hidráulica, al segundo la atarjea y el agua, y los tres menores se distribuyeron los tres cilindros férreos.

Mientras la máquina así dividida por derecho, estuvo armada de hecho, la finca siguió produciendo.

Pero un día se suscitó acalorada disputa entre los cinco. El dueño de la rueda pretendió que su pieza era la más importante, puesto que sin ella no se moverían los cilindros. El de la atarjea sostuvo llevar a todos la ventaja, puesto que el agua era el moto y sin ella el ingenio quedaría paralizado. El dueño del gran cilindro lo quitó para probar que sin su propiedad de nada serviría lo demás…Y el de la rueda la sacó del eje…Y los dueños de los cilindros inferiores, quitaron sus piezas…Y el de la acequia puso la compuerta… Y cada uno se creyó vencedor en la disputa…

Y la finca dejó de producir. La maleza fue invadiendo los cañales. El tiempo y el abandono hicieron su obra en la casa.

Entretanto, cada heredero se empeñaba en probar que sin su parte de máquina, los otros se arruinaban; y que debían todos en consecuencia darle en la sociedad dividendos diferenciales…

Y en el calor de la disputa a veces cada dueño se armaba de lo suyo contra los otros; y los cilindros rodaban por el suelo para machucar los pies de los enemigos; y la rueda caminaba también como máquina de guerra; y llovía el agua y caían los pedazos de atarjea sobre todos y se hacía grande alboroto.

Había unos vecinos cuerdos, de cabellos rubios y de ojos azules.

Fueron nombrados por el juez tutores de los locos. Y un día se presentaron en la hacienda, restableciendo el orden a puñetazos y patadas. Y ellos armaron la máquina, reedificaron la casa, desyerbaron los cañales, repararon la atarjea y quitaron la compuerta. Y siguió la finca produciendo y los locos vivieron presos en el hospital; y los tutores de los cabellos rubios y los ojos azules hicieron suya la hacienda y para ellos fue el azúcar, el mascabado, la panela y las mieles…

¡Ay, de vosotros, oh, pueblos centroamericanos, que si tenéis ingenio es un ingenio de azúcar!