¡Murió la madre anciana!… A sus cinco hijos, que en sus mocedades amamantara en sus pechos y educara para el trabajo, dejó pingüe patrimonio.
Numerosas suertes de caña, hornos
y peroles para los caldos, casa de todo abastecida para la fabricación del azúcar,
mascabado y panela, pilas para las mieles, y hermosa máquina de tres cilindros
férreos, movida por enorme rueda, sobre la cual caía potente chorro de agua,
desprendido de elevada acequia. He allí la herencia de la anciana.
Los cinco huérfanos, llenos de
vida y de ilusiones, pero faltos de experiencia, continuaron trabajando algunos
días y el ingenio rindiendo abundantes productos.
Pero vinieron los abogados y en
pos de ellos el juez y el escribano. Hablaron los primeros del tuyo y el mío; y
habló el segundo de la distribución de la herencia; y habló el tercero del
papel sellado y de las costas.
Y los jóvenes herederos les
oyeron y quisieron dividir sus haberes… pero dividirlos sin ventaja para
ninguno, con igualdad absoluta…
Hubo grandes, interminables
disputas. Uno quería la tierra, otro quería la caña; el tercero alegaba
exclusivo derecho a la casa, el cuarto a los utensilios y el quinto a la
máquina hidráulica.
Pero pensaron que la tierra y la
caña y los utensilios de fabricación nada valían sin la máquina; y que aquel a
quien esta tocara impondría la ley a los otros.
Los abogados entonces
transigieron: dividieron la finca en cinco lotes, y los herederos se llenaron
de regocijo, viéndose ya cada cual propietario.
Y en cuanto a la máquina, al
mayor le tocó la rueda hidráulica, al segundo la atarjea y el agua, y los tres
menores se distribuyeron los tres cilindros férreos.
Mientras la máquina así dividida
por derecho, estuvo armada de hecho, la finca siguió produciendo.
Pero un día se suscitó acalorada
disputa entre los cinco. El dueño de la rueda pretendió que su pieza era la más
importante, puesto que sin ella no se moverían los cilindros. El de la atarjea
sostuvo llevar a todos la ventaja, puesto que el agua era el moto y sin ella el
ingenio quedaría paralizado. El dueño del gran cilindro lo quitó para probar
que sin su propiedad de nada serviría lo demás…Y el de la rueda la sacó del eje…Y
los dueños de los cilindros inferiores, quitaron sus piezas…Y el de la acequia
puso la compuerta… Y cada uno se creyó vencedor en la disputa…
Y la finca dejó de producir. La
maleza fue invadiendo los cañales. El tiempo y el abandono hicieron su obra en
la casa.
Entretanto, cada heredero se
empeñaba en probar que sin su parte de máquina, los otros se arruinaban; y que
debían todos en consecuencia darle en la sociedad dividendos diferenciales…
Y en el calor de la disputa a
veces cada dueño se armaba de lo suyo contra los otros; y los cilindros rodaban
por el suelo para machucar los pies de los enemigos; y la rueda caminaba
también como máquina de guerra; y llovía el agua y caían los pedazos de atarjea
sobre todos y se hacía grande alboroto.
Había unos vecinos cuerdos, de
cabellos rubios y de ojos azules.
Fueron nombrados por el juez tutores
de los locos. Y un día se presentaron en la hacienda, restableciendo el orden a
puñetazos y patadas. Y ellos armaron la máquina, reedificaron la casa,
desyerbaron los cañales, repararon la atarjea y quitaron la compuerta. Y siguió
la finca produciendo y los locos vivieron presos en el hospital; y los tutores
de los cabellos rubios y los ojos azules hicieron suya la hacienda y para ellos
fue el azúcar, el mascabado, la panela y las mieles…
¡Ay, de vosotros, oh, pueblos
centroamericanos, que si tenéis ingenio es un ingenio de azúcar!